martes, 7 de octubre de 2008

Un cuento de otoño

A veces Nerea no se daba cuenta de lo mucho que odiaba el otoño. Solo las tardes como aquella, frias, llenas de viento y con esa lluvia ladeada que da igual como te pongas que siempre acaba mojandote la cara, se acordaba de lo horrible que era y lo mucho que echaba de menos aquel verano que ahora parecía tan distante.

Aquel verano con aquellas playas de la costa vizcaina, con sus amigos, con fiestas populares, rollos de una noche y con el rollo algo mas extendido de Aitor (un joven surfero de Sopelana al que habia conocido durante las fiestas) habian sido sustituidas por el tiempo gris, la lluvia, el frio y la soledad del regreso del curso lectivo.

Ahora caminaba sola por la calle de regreso a su casa. Había ido a casa de su amiga Ane a terminar unos trabajos y ahora caminaba sola, helada y humeda por las calles de algorta.

No le gustaba aquel lugar, no era tampoco que lo odiase, al fin y al cabo no conocía otra cosa. Pero al contrario que sus amigas no sentia esa especie de apego, casi patriota, que sentian ellas por su barrio, Algorta. Ella aspiraba a algo mas. Queria salir de alli, estudiar fuera, tal vez viajar al extranjero... Queria cosas que Bizkaia no le podia dar.

Siempre le surgian aquellos pensamientos al pasear entre Bidezabal y Algorta, entre otras cosas porque era cuando veia a todos los clasicos, toda esa gente a la que no conocía directamente pero igual que ellos sabían perfectamente quien era ella, ella sabía perfectamente quienes eran, de quienes eran amigos y cuales habian sido sus ultimas parejas conocidas.

Y es que es lo que tienen los pueblos pequeños como aquel, que al final todo el mundo termina conociendose.

Llevaba su ipod con la musica puesta e iba sumida en sus pensamientos. De pronto, de la nada surgió un perro. Era un labrador, uno chiquitin como el que ella había tenido de pequeña. Fue corriendo hasta donde estaba y se le subió a las piernas moviendo la cola. Ella no pudo evitar sonreir y comenzó a acariciar al perro.

Entonces llegó su dueña. Una niña pequeña con un gran abrigo marron. Llevaba el pelo recogido en dos coletas y aunque le faltaban dos dientes tenia la sonrisa muy bonita. Tenía el pelo castaño y los ojos azules muy grandes. Se acercó y se quedó mirandole sonriendo.

-Hola! -le dijo.
-Hola -dijo ella- ¿Es tu perro?
-Si -respondió la niña sin dejar de sonreir
-Como se llama?
-Luna
Nerea rió -¿De verdad? ¿Sabes que yo tuve una perra igual que se llamaba igual?

Detras de la niña apareció una señora mayor que ella supuso que era su abuela. Las dos se parecian, pero ese poquito como para que se note que son familia. Tambien tenía una sonrisa bonita y aquellos ojos azules tan intensos.

-Disculpa, te esta molestando? -dijo. Pero no lo dijo en un tono borde ni echandle la bronca a la niña. Lo dijo sin dejar de sonreir y su voz sonaba tranquila y feliz.
-No, tranquila. Me gustan mucho los perros. De hecho le estaba diciendo que yo tuve uno igual a este cuando era pequeña.
-¿De verdad? -dijo la señora
-Si.. -contestó la niña- tambien se llamaba Luna, ¿A que si?
-Si.

Nerea se quedó alli bajo la lluvia acariciando al perro. Las otras dos mujeres la miraban sonriendo. De pronto se sintio tranquila y en casa. No sabía porque pero había dejado de sentir el frio o la lluvia. Despues de un rato y muy a su pesar se puso de pie.

-Bueno... que creo que las estoy entreteniendo.
-Tranquila -dijo la anciana- Tampoco es que a estas alturas podamos ir a ninguna parte. No por ella si no por mi.
-¿Que le ocurre?
-Hay... que una se hace mayor... y ya no es lo que era. En un momento tienes veinte años y al momento siguiente tienes que tomarte siete pastillas al dia. De verdad, no sabes lo duro que es hacerse mayor niña.

Se sintió raro cuando aquella señora la llamó niña, pero se lo permitió por la edad que tenía.

-Pero bueno -siguió diciendo mientras veía como la niña y el perro jugaban.- He vivido una buena vida la verdad. No me puedo quejar, he vivido y he visto muchas cosas. Mas de las que me imaginaba con tu edad. -Miró a Nerea sonriendo.- Pero bueno... Que tampoco te quiero aburrir contandote mis historias chica, seguro que tienes un novio al que atender o alguna que otra cosa que hacer.
-No me aburre -dijo sonriendo educadamente.- Me encantaría escucharla.
-Ay... -dijo mirando su reloj- Pero creo que ninguna de las dos tenemos tiempo. Ademas mira a la niña ya se me esta escapando. -suspiró. Aun no había dejado de sonreir desde que había aparecido.- Te voy a dar un consejo antes de irme.
-¿Cual?
-Pase lo que pase, avances lo que avances -dijo. Y señalando a la niña añadió- Nunca te olvides de quien eres y de quien fuiste. Eso es lo mas importante que he aprendido a lo largo de todos estos años.

Las dos mujeres se quedaron mirandose. Luego la anciana se despidió y fue a donde la niña que seguía jugando con el perro. Nerea se quedó mirando como se iban sin poder dejar de sonreir. Cuando se perdieron en una de las calles volvió repentinamente el frio, pero de pronto ya no la importaba.

Sin poder dejar de sonreir llegó a su casa. Cuando entró en el ascensor unos grandes ojos azules y una preciosa sonrisa le devolvieron la mirada.